Esa pequeña es tan hermosa, tan exquisita y vibrante que no podíamos perder la oportunidad de visitarla, de tomarnos una selfi con ella y presumirla en nuestras redes, de reventar nuestro presupuesto con tal de asistir a su show.
Ruy había asistido al espectáculo quince años atrás y desde entonces había mantenido un crush secreto con su protagonista: Praga, tan tierna e inocente como Britney Spears cantando “Sometimes” entre las flores. Ni Ruy ni yo calculamos que en esos años su popularidad había crecido mucho y que, al igual que Britney, Praga fue vendida por sus ambiciosos padres a los crueles antojos de la muchedumbre histérica.
El telón cayó y la farsa comenzó: nos bajamos del tren y ahí estaba ella, despampanante, con sus calles medievales y fachadas Nouveau doradas por la luz de la tarde. Con cara de emoticón enamorado, preguntamos por la estación de camiones más cercana para llegar a nuestro hospedaje, y por primera vez nuestra estrella se mostró más grosera que espléndida.
El segundo acto del show se titula “el despilfarre”. Praga es popular y se cotiza, así que si los turistas se empeñan en chuparle la sangre, ésta, de menos, les chupará la cartera. La escena comienza en una de las tantas taquillas del barrio judío: ¿quieres dañar los frescos con el flash de tu cámara? ¡adelante! son doscientos varos; ¿quieres entrar a la synagoga y reirte de los nombres raros de las víctimas del holocausto que cubren sus paredes? entonces móchate con doscientos varos más; ¿quieres entrar al museo judío? Súmale trescientos; ¿quieres una audioguía para entender de qué va el museo al que ya pagaste por entrar? saca otro par de billetitos. La escena cierra en el museo de Mucha, con una imagen que recuerda a Justin Bieber escupiendo a sus fans: tras pagar 500 coronas para entrar al museo, uno se encuentra con unas pocas obras (casi todas estudios o esbozos), con espacios vacíos que explican que la obra que se encontraba allí ha sido prestada a “x” museo o galería, y con muchas fotos y videos sobre la vida de Alphonse Mucha.
En la escena final de esta farsa, tuvimos la romántica idea de caminar desde el puente de Carlos hasta el castillo de Praga, las hordas bajaban como una avalancha de shorts y lentes oscuros hacia el embudo que se formaba en el puente, anduvimos a trompicones entre el río salvaje de tours en distintos idiomas, cada individuo luchando por un milímetro de espacio para tomarse una foto. Los turistas, como termitas, royendo las calles, monumentos y el alma de la despampanate protagonista.
El show no ha terminado aún, pero todo parece apuntar a que acabará con Praga riendo frente al espejo mientras se rapa en pleno quiebre psicótico, deshaciéndose de su hermosa melena rubia, pero también, de la colonia de liendres y piojos que la consumen.
– Carlota
👏 que emoción leerlos otra vez, ya los extrañabamos!! Wow! increíble la reseña como siempre, 😘☺👍
Me gustaLe gusta a 1 persona
OK. Ya no quiero ir a Praga…
Me gustaMe gusta
Tuve la fortuna de conocer Praga con un checo que en vez de llevarme a El Castillo me alojó en un multifamiliar de la época comunista y en vez de pasear por el Puente de Carlos me llevó a impermeabilizar techos. En aquel entonces extrañé turistear por Praga. Ahora aprecio el haber conocido Praga de esa manera.
Me gustaMe gusta