Bécal, Campeche

No hay coincidencias. Meses antes del viaje, anotamos “Bécal” en nuestra lista de pueblos a visitar, pero lo olvidamos pronto. En Campeche, la dependienta de una tienda para turistas (a la que entramos más por pasear que por genuinas intenciones comerciales) mencionó que esos sombreros a precio de gringo provenían de un pueblo llamado Bécal, en la frontera con Yucatán. El nombre resonó y nos quedaba de paso: paramos al día siguiente, sólo para conocer. En la entrada del pueblo, una moto nos hizo señas para seguirla; no lo hicimos, pero el conductor pensó que sí, básicamente porque no había otro camino. Nos detuvo frente a un local con toneladas de sombreros, admiradas por toneladas de turistas. Los sorteamos a trompicones, para ver la tienda (sin intenciones comerciales), pero también para tomar aire en el patio al final del local. Allá, Alfredo Uicab, el dueño, explicaba cuanto hay que saber de los sombreros: la palma de jipijapa, la cueva húmeda donde se teje y a la cual entramos (aún sin intenciones comerciales), el pesado molde que, casi en llamas, da forma a los sombreros. Hicimos fotos; nos aprestamos a salir. La turba seguía allí; más por hacer tiempo que por genuinas intenciones comerciales, nos probamos sendos sombreros. No hay coincidencias: no puede ser azar que tras tanto viaje y olvido, los primeros sombreros nos hayan encajado así, perfectos como el destino, que no le permite a uno privarse de una compra irremediable, aun si no hay intenciones comerciales.

– Ruy

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