Pregunta de adultez: ¿en qué momento la lluvia es tan fuerte como para guarecerse de ella? Muchos factores cuentan: vestimenta, temperatura, edad, locación; si todo funciona (digamos: va uno en shorts, a 30 grados centígrados, caminando todavía por el propio pie, y el sitio es Chichén Itzá, esa maravilla terrenal), mojarse no tendría que ser un problema. Pero aquel día acabó siéndolo. Planeamos todo para evitar molestias en la visita: fuimos en 1 de enero (domingo de museos gratis), hasta con sombrero para guardarnos del sol. Pero el monzón nos sorprendió bajo un árbol sin follaje, junto al Templo de los Guerreros; intentamos buscar guarida, pero era demasiado tarde: los pocos techos estaban ya hacinados, y de todos modos nosotros ya éramos, podría decirse, ruinas inundadas: nuestros turísticos sombreros ya habían perdido la forma, igual que las columnas tras las gotas enormes. Resignados, caminamos a la salida, pero al ver tan turístico sitio casi vacío, nosotros ya tan de todos modos mojados, fuimos al juego de pelota. Lluvia es abundancia, dicen; en ese momento lo fue, si uno se entrega a una gula de quietud: en cuanto tocamos el centro de la enorme plancha, la lluvia se detuvo: fuimos, por unos minutos, sólo nosotros ahí. Tardamos en sacar la cámara para hacer la rara foto de la soledad en medio de la maravilla. No lo logramos: un niño (seguro sin pensar en lluvias o refugios) salió corriendo para tocar un charco, que entre pasos de lenguas extrañas, empezaba a secarse.
– Ruy