La gente es un agente contaminante: su estruendo, su histeria, su neurosis, sus costumbres, sus placeres, sus rituales. Toda esta mugre está muy bien para emborracharse en un antro o viajar sudado en el metro, entonces hay que ser más gente que nunca. Pero hay lugares en los que es mejor ser piedra o concha por un rato. Es por eso que en lugar de ir a la abarrotada Progreso decidimos manejar un poco más hasta llegar a Chuburná. En esta playa hay millones de conchitas y caracoles que con cada paso rompen sus perfectos espirales minerales lastimando los pies. Sólo cuando dejas de luchar por tu individualidad, territorio, alimento o pareja sexual, puedes darte el lujo de ser inerte. Cuando se está quieto, aburrido y en paz, la mente empieza a volar y a disolverse con la arena y la sal. Comenzamos a recoger algunas de las conchas y caracoles que nos parecieron especiales por alguna razón, algunos eran del tamaño de un puño, otros tan pequeños que se perdían entre la gravilla, pero la espiral de ADN universal estaba en todos; la sentí también en mi pelo, ombligo y orejas. Por unas horas decidimos simplemente acostarnos en el suelo, cerrar los ojos, y hacernos uno con los latidos del mar.
– Carlota