Humans Need Not Apply

De la Science Gallery de Dublín no habíamos oído nunca; mucho menos la teníamos en un itinerario lleno de pubs y los escritores que en ellos han gateado. Emergió de una esquina mientras caminábamos perdidos (dirán los esotéricos: en realidad uno no se pierde nunca), y no hubiéramos entrado de no ser por el nombre de la exhibición: Humans Need Not Apply.

La frase nos prendió lucecitas por un video que se llama igual, al cual le debemos una obsesión con la inteligencia artificial. Carlota y yo pasamos muchas horas hablando de ese futuro en el que una mente maquinal le dará sentido a todo y acaso nos lleve a la infinita bondad, a la sabiduría inagotable: al chiclocentro de lo que hemos buscado desde siempre.

Así que entramos al museo como perritos a un parque. Nos recibió una máquina que hace mandalas una y otra vez: su misión es desestresar a las inteligencias artificiales del futuro. Vimos robots mascota, robots que hacen infinitamente selfies, robots que reproducen pinturas de Rembrandt. Había una cámara que, cual artista callejero pero a la inversa, te tomaba una foto y de ella exprimía un poema. Y dos máquinas de escribir discurriendo filosofía, y una arqueología del futuro donde no habrá diferencia entre lo humano y algunos circuitos bien enchufados.

“Me aterra pensar en un futuro así”, me confesó Carlota. No supe qué decir: no sé qué pensar de un mundo donde todo estará preprogramado.

Ya fuera de la galería, abrí la guía de Dublín. “Mira, hoy hay una exposición en la National Gallery, a una cuadra”. “Es como si la hubieran planeado para nosotros”, contestó ella. Señalé el camino que indicaba el mapa; lo recorrimos, como ahí estaba anotado, en exactamente dos minutos.

– Ruy