“Los registros muestran que Bram Stoker solía visitar nuestros cuartos de lectura para consultar historias de terror. Probablemente haya sido en este mismo lugar a altas horas de la noche que le vino la idea de escribir Drácula”, nos explica la señorita que nos da la bienvenida a la Biblioteca Marsh en Dublín. Ella no lo sabía, pero estaba dando el banderazo de salida para una caza de pokemones literarios que duró tres días.
Ese mismo día, en la Catedral de San Patricio, tuve la suerte de encontrar a mi pokemón favorito: Jonathan Swift. No fue difícil encontrarlo: su cuerpo yace bajo una brillante placa dorada en el suelo de la iglesia, y el púlpito desde el cual dio su famoso sermón “On Sleeping in Church” se expone como una suerte de reliquia sagrada.
El segundo día fue el más exitoso de todos. Por la mañana pudimos agregar a nuestro álbum a Oscar Wilde; lo vimos primero en forma de escultura recostado en un parque que se hallaba en contraesquina de la casa en la que creció; después, entramos a un café cuya decoración consistía en garabatear las paredes y el techo con penosas frases de éxito y superación: “change your mind and then change the world” y “excuses will turn your dreams into dust”; entre ellas volvimos a ver a Wilde, esta vez estaba metamorfoseado en el cursi garabato: “we are all in the gutter, but some of us are looking at the stars”. Cerramos la caza del día con un combo: atrapamos a W.B. Yeats y Samuel Beckett en el teatro del Trinity College.
Los tres días terminaron sin que lográramos cazar a todos los pokemones necesarios para completar exitosamente el nivel; nos faltó, por ejemplo, James Joyce, el Pikachú de los escritores irlandeses. Nos enteramos tarde de que el Davy Byrne’s, un pub por el que pasamos varias veces, era su pokebola etílica de cajón. ¡Habría sido genial sentarse en el excusado que con seguridad vomitó en el pasado!
– Carlota
Ahora sí me has hecho reir!!!
Me gustaMe gusta