Cualquiera que haya existido en este planeta cierto número de años sabe que una regla, acaso la primera, es que sólo es posible vivir una existencia por vez; vivir aquí y ahora. Es decir: en el periodo de una vida, uno no puede ser al mismo tiempo el que es y también otro; no se vale ocupar al mismo tiempo dos cuerpos dispuestos en el vagón del metro, ser dos feligreses distintos en el bar, ser el que escribe ahora y aquel del que se escribe, etcétera. Esto podrá sonar estúpido, pero es la razón primera de casi todos los conflictos humanos: gente queriendo existir dos existencias a la vez. Presidentes que quieren ser al mismo tiempo esculturas; profesionistas que especulan ser a la vez divas; televidentes que hacen lo propio con el chef de la tele, etcétera.
Acaso la única solución viable para tener existencias múltiples, y acaso existir de manera total, no está allá en el Nirvana, sino que reside en los mercados de comida. Porque ahí uno puede ser al mismo tiempo el que se zampa un plato del puesto de la etíope (rebosante de guisos de lentejas y arroz y esa mezcolanza picante tipo mole), y a la vez una tartaleta de tomate, y a la vez una hamburguesa con carne de un rancho local, y a la vez un helado artesanal, y a la vez una aceitunas curadas en una casita modesta y bucólica.
Esto sucede al menos en Midleton, donde cada sábado la gente va y hace filas para pizzas recién hechas al horno, café de molienda estudiada, jugos succionados frente a ti de la fruta. En aquel pueblito mínimo del oeste de Irlanda, cada sábado pueden vivirse existencias múltiples. Ello a pesar de que sus habitantes acaso nunca han salido de sus fronteras, y sumergidos en esa deliciosa sorna que supone la vida en un poblado pequeño, jamás se han propuesto vivir varias existencias a la vez, porque con esa que tienen basta.
– Ruy
el de la última foto es el de Caifanes?
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