Geysir

A veces, la naturaleza puedes ser cruel e irónica: los bellos colores del interior de una planta carnívora son el perfecto señuelo para atraer a las moscas a su muerte, las serpientes más brillantes suelen ser las más ponzoñosas y los hongos más extravagantes, los más letales. Cuando paramos en el área de Geysir, del llamado Círculo Dorado de Islandia, entramos incautos, zumbando como moscas alrededor de su verdugo; como ratones detrás de una serpiente neón, corrimos al primer pozo humeante que vimos; sus colores, producto de aquella sopa de reacciones químicas y minerales, nos hipnotizaron incluso antes de que las oleadas de vapor caliente envolvieran nuestras manos y narices heladas. De pronto, el crujiente sonido del estallido de un géiser coronó la fuente de experiencias sensoriales.

La vista, el oído y el tacto se dejaron seducir rápidamente; pero la naturaleza, que es cruel mas no culera, nos da aún más sentidos para alertarnos por si acaso: el putrefacto aroma sulfúrico que manaba de los pozos —además, claro, de la noción previa de que si nos sumergíamos en aguas a punto de ebullición acabaríamos chillando como langostas al primer hervor— fue lo único que nos mantuvo fuera de esos burbujeantes jacuzzis coloridos.

– Carlota

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