Glasgow

Idea millonaria: hacer guías de viaje. Ya sé: pinche genio. Pero: si bien celebro las guías sobre estrellas Michelin en Nueva York o de boutiques de diseño en Berlín, creo que falta solventar las auténticas necesidades del viajero, sus deseos, incluso los culposos. Podríamos ofrecer, por ejemplo, la Gran Guía del Jamaicón: changarros en Extranjia para cuando las ganas de chilaquiles (verdaderos, no nachos pasados por caldo) lo ponen a uno contra la lona; rankear las quesadillas europeas de menor a mayor efectividad puestera; hacer un glosario con lo que las palabras “taco de asada” significan en cada latitud. O trazar una guía de baños públicos, de cafés donde es posible estarse horas sin que lo vean a uno feo, de esquinas donde no pega el viento, etcétera.

Acaso la nueva era de las guías para el viajero verdadero debe comenzar con una Gran Guía para Crudear en el Mundo. Yo ya tengo listo el primer capítulo; lo esbocé en Glasgow. Entre náuseas y dolor de cabeza, fue forzoso hallar en Kelvingrove el museo adecuado para no movernos mucho; obviar un poco la obra de McDonald y de Mackintosh, caminar lentos a la casa de este último, hallarla ya cerrada; terminar derramados en una cafetería carísima, con el único propósito de tener donde recargar la cabeza. Visitamos así, un poco de manera involuntaria, los rincones de Glasgow que le permiten a los escoceses, a sus hígados, soportar el sopor. El problema ese día a media asta solo podemos justificarlo diciéndonos que bien podríamos volverlo una idea millonaria.

– Ruy