Cada cultura tiene sus propios rituales fiesteros. En Glasgow esperábamos encontrar una vida nocturna ácida y destructiva: punks encabritados chocando unos contra otros hasta caer inconscientes; pero probablemente esta escena alternativa quedó fuera de nuestro scope turístico. Entramos a un pub que encontramos en el camino, no había música y la gente platicaba tranquila mientras bebía cerveza y veía un partido de rugby, era tal la serenidad que en la esquina un hombre solitario leía una novela. Yo no sé empedar así. Ni Ruy ni yo entendemos nada de deportes, ni nada de lo que nos decían los escoceses con los que compartíamos la barra. Decidimos buscar otro lugar, pero la rutina se repetía una y otra vez: rugby, cerveza, charla; rugby, cerveza, charla…
Cuando nos asomamos por la ventana del Isley Inn, no encontramos a esos punks poseídos por Sid Vicious que, con cierta ilusión clichetera, deseábamos ver; pero vimos unas cabecitas blancas brincando al ritmo pueblerino de “Sweet Home Alabama” y “Whiskey in the Jar”. Aunque es cierto que cada cultura tiene rituales fiesteros distintos, el baile de tía parece ser un fenómeno universal. No habían pasado ni dos whiskies, cuando unas señoras se acercaron a platicar, sólo logramos entender que nadie entendió nada; pero las palabras no importan cuando se entiende el lenguaje de la peda: pronto estuvimos todos abrazados cantando apasionados y con la nariz muy roja una desafinada versión de “Black Velvet”.
– Carlota