Guía impráctica por la arquitectura de Hamburgo

No sé si sea una de las cosas que los guías de turistas en Hamburgo enfatizan: cada uno de los muros interiores de Chilehaus tiene filas de nueve ventanas. Como están dispuestas sobre grandes parcelas de ladrillos color tierra mojada, semejan una marea: una marea de nueve reflejos por ola. Trataré de no dejarme llevar por mis afanes numerológicos (puesto que, en su conjunto, los muros suman también nueve), y mejor lo atribuiré a los propósitos siempre prácticos de la arquitectura. Eso es difícil, porque algo similar ocurre con las escaleras de los tres conjuntos que constituyen el edificio, considerado hoy un portento del expresionismo arquitectónico (estilo que no es otra cosa que exagerar las capacidades artísticas de las construcciones, para darles una sensación más dramática que funcional): mientras que la escalera de la parte central es una espiral lengüetada y feral, las escaleras de los dos edificios laterales se expanden desde un centro y hacen olas a los lados: vistos desde arriba, serían dos océanos que se unen en un vórtice violento. El edificio fue encargado por un comerciante de Hamburgo, ciudad acanalada por la que navegan también las carabelas arquitectónicas de Speicherstadt: bodegones de ladrillo que repiten un patrón afanosamente, como en medio de dos espejos, que en este caso bien podrían ser el agua de los canales y el cielo sobre ella. La sensación de caminar por Hamburgo es la que se tiene cuando uno es niño y abre por primera vez los ojos bajo el agua al mediodía: hay un mundo más allá de la superficie que se levanta sobre los edificios, pero bajo el cobijo de estos ladrillos todo es más elemental: nada sucede y nada necesita suceder. La estructura cede a lo que sea que hacemos al caminar por calles extrañas.

Todo lo anterior no dice mucho: en una guía de turistas se traduciría en algo como: “Dedícale al menos una hora a recorrer los impactantes (o ‘espectaculares’ o ‘increíbles’ o algún otro adjetivo vacío) canales de Hamburgo. Y no te pierdas Chilehaus: sus muros llenos de ventanas son perfectos para una selfie única”. Hamburgo es, lo admito, una visita que incluso resultaría aburrida para muchos. Para mí, ver esos muros con hipo de ventanas, esos canales como venas, me recordó uno de los significados de viajar; uno no viaja para replicar una selfie, ni para cumplir con un itinerario funcional: uno viaja para que sus propias obsesiones lo devoren: para hallar un cieto ritmo en un conjunto de ventanas o para evocar una sensación infantil. Y no hay guía capaz de decirle a uno dónde es que va a suceder eso.

– Ruy