El recepcionista nos recomienda visitar una villa vikinga cerca de Höfn. No tenemos mucha opción, así que nos resignamos a que probablemente iremos a algo así como el pueblo vikingo de Disneylandia donde botargas de Obelix nos darán la bienvenida con chamorros gigantes y cerveza vertida en cuernos, mientras escuchamos una versión sintética de cantos nórdicos.
No es así.
Llegamos a un sitio donde a duras penas hay sillas y un señor en el mostrador. El viento ulula feroz y la lluvia golpea fuerte la ventana. Entonces, nos damos cuenta de nuestra ignorancia: doble calcetín y una chamarrita no harán mucho por nosotros. Cuando el viento helado me golpea al salir y el pelo empieza a latiguearme la cara, pienso que habría sido sabio llevar un buen chongo o de menos una liga. Rápidamente mis calcetínes se convierten en toallitas húmedas. ¡Nada para levantar el ánimo como el frío y la humedad en los pies!
Parecemos dos neandertales caribeños al borde de la extinción cuando nos topamos con una pareja de sapiens sapiens; sabemos de su superioridad evolutiva porque usan botas toscas, mameluco impermeable y sobre todo porque ella trae chongo. Nos informan que la villa vikinga está cerrada, pero a la usanza primate, decidimos confirmarlo nosotros mismos. La puerta exterior está cerrada, pero dando la vuelta fuera del camino, por donde pastan unos caballos lanudos, hay otra entrada. No calculamos que los charcos en los que hundimos nuestros pies son tinas de estiércol. Finalmente entramos y nos topamos con el set abandonado de una película vikinga que nunca se concluyó. Entonces anhelo el chamorro, la cerveza en cuerno, las botargas bailarinas y las artificiales comodidades de los sapiens sapiens.
– Carlota
Jajajaja amo
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jajaajaj la cara de Carlo, mirada asesina que caracteriza a las Rangel en momentos de odio!
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