Mario Bros a la francesa

Navegar las calles de París es como jugar Mario Bros: cada barrio es un nivel distinto (un microcosmos por sí mismo), conectado a través de un oscuro y apestoso sistema subterráneo.

Ruy y yo, los jugadores detrás de los controles, nos quedábamos en Le Marais, el nivel con motivos fashionistas y hipsters, pero decidimos jugar en más niveles, así que nos metimos al metro (truc-truc-truc) y salimos en Montmartre: el mundo bohemio.

Salimos del subsuelo para darnos cuenta de que nuestro videojuego se había transformado en una película de arte, o algo así. Amélie por aquí, Amélie por allá; un acróbata bailando sobre una cuerda suspendida al lado de un café; pintores, retratistas y caricaturistas siguiendo los pasos de Picasso, Matisse y Renoir, quizá con las esperanzas de contagiarse de la grandeza de antaño que aún se respira en el lugar. De pronto, escuchamos empalmarse la música de un acordeón con el canto de una mujer. Dado que en las películas y videojuegos (especialmente en el nivel de Montmartre) nada es casual, cantaba “La Foule” de Edith Piaf (¡canción que reversionó Margarita la Diosa de la Cumbia en “Amor de mis amores”! Tuve que viajar hasta París para tener esta obvia epifanía: les digo que en este juego nada es casual).

Seguimos nuestro camino y dejamos atrás a las diosas de la cumbia y de la chanson francesa para encontrarnos con el dios del freestyle futbolístico, Iya Traoré, quien todos los sábados da un show gratuito de acrobacias al pie de la escalinata que lleva a la Basílica del Sacré Coeur. Balón al pie, Iya trepa un poste y domina el balón de mil maneras sosteniendo todo el cuerpo, postura y disciplina apenas con unos cuantos deditos, vaya, cosas que sólo pasan en las realidades virtuales.

Uno no puede videojugar todo el día, bien dicen las mamás que es dañino pasar todo el día metido en una realidad virtual, uno puede perder la línea entre lo real y lo ficticio muy rápido. Un grupo de señoras gringas (todas con una boina de diferente color) nos confirman lo fácil que es perder la cabeza y querer sumergirse hasta el fondo de esa pintoresca ficción que es Montmartre. Así que huímos del nivel bohemio del juego para volver a casa: no vaya a ser que se nos ocurra comprar una boina y decir, para todo y como si cualquier cosa, oh-lá-lá (truc-truc-truc).

– Carlota