A mí no me engañan: Notre-Dame no es una iglesia. No hay manera de que esas torres, las campanas, las cruces y los santos y los obispos y las criptas, los devotos fieles que la visitan, los detalles góticos, los vitrales, sean en conjunto una iglesia. Yo lo sé; sé que mi descripción pareciera otra cosa, y que incluso el nombre, “Nuestra Señora de París”, tiene una empinada intención hacia lo que pudiera parecer devoto o, cuando menos, católico. Pero a mí no me engañan: Notre-Dame es otra cosa. Ni siquiera se ocupa por disfrazarse de iglesia, sino que cínicamente no lo es. Basta con ver su fachada: ¿a quién se le ocurriría provocar devoción con aquellos garigoles y gárgolas (monstruos que, por cierto, no pueden explicarse bajo la pía lupa del más ostracista Medievo)? Visto objetivamente, Notre-Dame no puede ser una iglesia, no con sus puertas contando historias, no con sus columnas fingiendo fragilidad, no con sus hordas. No puede ser una iglesia; será acaso una o varias de muchas cosas:
- Una nave a punto de abducir herejes.
- Una casa embrujada de la que salen humos de cantera, que escapan lentamente, a razón de dos milímetros por centuria, hacia el cielo gris.
- Una isla a la que le creció una chinampa bicolor.
- Una bocina que ya sólo puede reproducir cierta nota, que suena a campanadas.
- Una fotografía esperando a ser tomada.
- Un cúmulo de fotografías que da la ilusión de tener tres dimensiones.
- Una fotografía, sólo una, perdida en un álbum que ya nadie mira.
- Un transmutador de especies, que vuelve a los humanos microbios rumiando bajo las ramas de un arbusto de piedra.
- Un enorme refractario en el que humean vidriosos caramelos de colores.
- Un decantador de lluvia, cuyo mecanismo son fauces de gárgolas dormidas.
- Un arete que pende de una oreja prefigurada por un masón largamente muerto.
- Una voz solemne que rumia por las noches solamente.
- Un templo para la religión que todos profesan sin saberlo.
- Un teatro congelado en las piedras: en alguna escultura de esas está tu rostro, aterrorizado.
- Una noche desierta.
- Una manada de mármoles domados.
- Todo esto y otra cosa, que nadie sabe bien cómo pronunciar.
Notre-Dame no puede ser una iglesia; lo que provoca, vista de cerca, no puede limitarse a una sola religión, a una fe podrida, a un fanatismo decadente: no puede ser solamente una iglesia.
– Ruy