París no existe: es Woody Allen

Estamos bajo el techito donde desemboca la plaza inclinada frente al Centre Pompidou: cae una tormenta de esas que hacen del mundo una tele sin señal, zumbando solitario a la medianoche. Nuestra primera tarde en París arrancó soleada, pero apenas tres cuadras después la tromba nos atrapó en medio de caras escurriendo estática.

– ¿Qué hacemos ahora? Al museo ya no nos dejan entrar…

– Con esta lluvia tampoco hay mucho que podamos hacer en otro lado.

– Qué raro, ¿no? Estamos en París… ¡París! Frente a nosotros hay gente y cosas pasando y recovecos… pero del otro lado del aguacero. Estamos en París pero no estamos en París.

– Pero París también está bajo este techito, ¿no? ¿O es que París no es también la cara empapada de estos chinos que aún no entienden que no alcanzarán a entrar al museo?

– Vaya, pero este no es el París que ha hecho a París lo que es París. París es más…

– ¿Más Midnight in Paris? ¿Una librería gritando los nombres de los beatniks, una vitrina colorida, abierta como hongo venenoso?

– Más como una calle: huele a pan, y en la esquina hay una charcutería con un tipo que por sí solo vende más que el mejor salchichón. Al fondo, un bistró con un mesero que no te atiende nunca y, si no le pides en francés, te hace esa jeta parisina… ¿ya sabes cuál?

– Esa que parece que están frente a una mirilla y no saben si meter el ojo o la oreja, sí.

– Bueno, eso. Y allí mismo está el restaurante más viejo del mundo, o alguna mamonería así. Eso: París tiene que ser más mamón.

– ¿El chocolate caliente de Angelina?

– Casi. Algo más como una tarde gris en las Tullerías.

– Pero ese París tiene siempre atrás una escenografía, ¿no? A veces es el gris que contrasta quirúrgicamente con el césped, a veces macarrones idílicos junto a espejos de marcos rococó. Cuando los de tramoya no saben qué poner, avientan la torre Eiffel en lo que resuelven.

– O los techitos esos de color a-punto-de-llover.

– Como color cielo triste…

– Como los parisinos, que son todos tristes.

– ¿Tú no crees que los parisinos sean felices?

– Algo tiene que haber detrás de los telones, algo pudriéndose; algo detrás de esa cosa que tienen los parisinos de caminar tan cerca del que va enfrente. Quizá ellos ya vieron lo que está del otro lado de esta lluvia, o a lo mejor ellos no ven lo que hay de este lado. No sé.

– Bueno. Pero supongo que todos en este mundo al menos intentan ser felices, ¿no?

– A lo mejor es eso: que París no es de este mundo.

– O a lo mejor París no existe: es Woody Allen.

– París vaya que existe. A lo mejor los que no existimos somos nosotros.

– Ruy