La culpa de todo esto fue mía.
El lugar de Londres donde sólo sirven cereal es para muchos motivo de albricias, pero a mí siempre me pareció sospechoso: desayunar un cereal es rico a veces, pero, ¿sólo cereal? (“Es que el cereal no es sólo para desayunar”, alguien me dijo alguna vez; “¡puedes comer cereal todo el día!”) Además, el nombre, esa docena de lugares comunes: Cereal Killer. En nuestra defensa, nos resistimos mucho: ¿qué clase de millennials irían al lugar que emociona a tantos millennials? Sacrilegio: mejor morir o desayunar en el Vips local. Al menos eso nos dijimos hasta que, una lluviosa mañana, el hambre cruda nos forzó.
Fuimos a la sucursal de Camden, que habita en un jardín de comederos; para llegar a los cereales hubo que pasar junto a carritos de fish and chips, albóndigas, hamburguesas: comida real y sus respetables aromas. De modo que yo ya estaba de pésimo humor al enfrentarme con el menú, que ofrecía un plato de Golden Grahams al precio de un desayuno universitario de Vips (con jugo grande). En la barra nos atendió una señorita de esas lelas a propósito, que nos informó que las pocas frutas de la carta estaban agotadas. Nos dio la caja de un VHS de una infantil peli de Lindsey Lohan a modo de identificador de mesa. Y luego tardó 40 minutos para servir dos platos de cereal.
Lo bueno de la ilógica espera fue que pudimos apreciar la decoración: He-Manes enmarcados en la pared; maquinitas en la esquina; etiquetas que se producían en algún país comunista; en vez de los taburetes que uno hubiera encontrado en Vips, había camas individuales, de latón, con colchas de Taz: un mosaico de nostalgias forzadas, un mausoleo de la infancia que nunca se acaba de ir. Carlota oteó los juguetitos, las mesitas infantiles, las lucecitas, y declaró: “por lugares como este la gente odia a los millennials”.
Casi en ese momento llegó mi desayuno: una combinación que se llamaba “Honey, I shrunk the bear”, con dos cereales de miel y una cosa que se llama Barney Bear, que es un twinky con forma de osito; el tamaño del plato no era mayor al de un mollete. Lo de Carlota, me temo, no era menos ridículo; cereales de chocolate con ¿leche de menta? ¿En serio?
Vimos con resignación nuestro carísimo desayuno; en las mesas de junto la gente tomaba muy feliz sus fotos, comía sus ositos, hacía sus selfies. “Yo creo que la gente no viene a desayunar; yo creo que viene más bien a echar el snack”, me dijo Carlota.
Ya les digo: la culpa de todo esto fue mía: ¿a quién se le ocurre desayunar cereal?
– Ruy
No mmmaaaa…jaja
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