Llegando a Lyon nos encaminamos a visitar su monumento principal: la Basìlica de Nuestra Señora de Fourvière, un complejo monumento en estilo bizantino y románico en la punta de una peña; sus paredes de mosaico y vitrales de colores parecen caramelos sólidos, dulces, que te invitan a lamerlos hasta que la iglesia completa se desintegre en tu boca y… disculpen.
Bueno, mejor salgamos de la iglesia para deleitarnos con la inigualable vista que desde ahí se tiene de la ciudad. A una orilla del atrio, se encontrarán frente a un panorama del área renacentista de la ciudad: las casitas con tejas terracota recuerdan a un pedazo de pan coronado con una loncha de jamón maduro. Las cúpulas y agujas de las iglesias parecen alcachofas y espárragos que intentan alcanzar el cielo. Se divisan, también, pequeños parques de frondosos brócolis y bancas de queso. Sus calles son pequeñas planchas calientes. Cómo quisiera simplemente aventarlo todo a la plancha, que todo arda en las llamas hasta que suelte los jugos de sus entrañas y… ¡basta!
Ok. Un respiro. A ver, prosigamos con el área romana. Si uno gira unos 90 grados a la derecha del área renacentista, puede ver la zona romana y medieval de la ciudad. Desde las antiguas ruinas del teatro romano, pasando por pequeñas iglesias y capillas medievales. Lyon parece estar construida en capas, como si se tratara de una cebolla, una apestosa y dulce cebolla, más dulce aún si se fríe en mantequilla, más apestosa aún si el aroma brota de las todas las esquinas de la ciudad con más estrellas Michelin por metro cuadrado en el mundo.
Siento haberlos defraudado, lectores, de verdad intenté concentrarme en los museos, monumentos y espectáculos de Lyon. Pero, ¿qué pieza de arte en qué museo puede superar a las carnes, quesos y el brioche con praline (ahh… esa rosada Mona Lisa) que coquetean en los escaparates del mercado de Les Halles? ¿Acaso hay aquí monumento más grande que Paul Bocuse o espectáculo más conmovedor que el que reventó la pretina de mi pantalón cada noche?
Si consideran esto un sacrilegio, estoy dispuesta a morir ahogada en mantequilla y frita en el sartén de alguna buchonerie. Quizá así me transforme en la mártir patrona de alguno de sus templos de chocolate.
– Carlota
que rico!
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