Urbanismo fantástico para una urbe fantasma

Recuerdo los espacios públicos de mi infancia con algo de sufrimiento: las colas eternas para poder echarse por la resbaladilla oxidada del parque, tener que someterse a la merced de los bullies para usar el changuero o luchar por la hegemonía del subibaja. La verdad es que esa angustia infantil no ha disminuído: cada vez que hago una parada “rápida” en el súper, me transporto en el metro o voy a un concierto vuelvo a ser esa niña frustrada que nadaba sudada entre la marabunta intentando ver al panda en el zoológico.

Si tan sólo fuéramos unas cuantas decenas de millones de personas menos, todo sería genial.

El silencio de Hamburgo es ensordecedor. Nuestras voces hacen eco, así que decidimos susurrar, pero también los murmullos rebotan en el vacío. Sin querer, llegamos a un espacio con rampas de ondulaciones distintas para patinetos, skatos y bicicletos de todos los niveles. No hay graffitis ni huesos rotos, sólo una pareja bien entrada en sus treinta que aprende a andar en patineta en lo planito. Separado por un gran área verde que, de no ser por un par de adolescentes que platican bajo un árbol, bien podría ser un desierto, se encuentra el área de juegos: el subibaja, la resbaladilla y el changuero están vacíos. Hay 3 niños y cada uno tiene la hegemonía sobre su propio juego: un toddler es el amo y señor de un ergonómico arenero con protuberancias orgánicas; una niña brinca en un extraño paraíso de parkour y otra camina en una modernísima cuerda floja suspendida sobre un área acolchada a prueba de moretones. Nadie la empuja. Nadie la desconcentra. Nadie lucha en su contra.

Al volver a casa el vagón del metro es completamente nuestro. Me invade una angustia nueva: ¿Dónde está toda la gente? ¿por qué no hay trallonazos surcando los arbustos del área verde del parque? ¿por qué no hay ruedas zumbando, gorras volando y cuerpos colisionando en las rampas?, ¿dónde está el drama?, ¿dónde está el peligro?, ¿dónde está la vida?

Si tan sólo fueran unos cuantos millones de habitantes más, todo sería genial.

– Carlota